El niño expresa su dolor de una manera muy diferente de cómo lo hace un adulto, e incluso de forma drásticamente opuesta.
El llanto y los gritos
El llanto, los gritos y la agitación son comunes; sin embargo no siempre son signos de dolor. Es la manifestación de una angustia, de que algo no marcha bien. Aunque un niño llore y grite con fuerza, ello no significa necesariamente que esté sintiendo un gran dolor. Resulta paradójico, pero cuando el dolor es prolongado o muy intenso, el llanto y los gritos no suelen durar mucho.
El comportamiento se modifica
El niño que experimenta dolor cambia su comportamiento. El niño evita apoyarse en uno de sus miembros o utiliar alguna parte de su cuerpo para jugar. Protege la zona dolorida como indicando a los adultos que no transgredan esa barrera. Estos signos también son útiles para el diagnóstico. (Por ejemplo, colocando una almohada o cojín sobre su vientre).
El silencio de un dolor intenso
Ante un dolor agudo o un dolor prolongado (de más de dos días), el niño deja de llorar y de agitarse, y pierde todo interés por los demás y por el juego. Su cuerpo permanece inmóvil y el niño parece estar como paralizado: los médicos hablan de una atonía psicomotriz. El niño que padece dolor adopta este tipo de comportamiento durante unas horas, o incluso durante varios días. Para él, ésta es la única manera de afrontar el dolor. Permaneciendo inerte, inmóvil, pretende separarse de su cuerpo, deshacerse del sufrimiento. Todo esto puede llegar a ocasionar las mismas complicaciones de una verdadera parálisis (como puede ser la aparición de escaras).
A fin de cuentas, en el fondo lo que caracteriza un dolor prolongado en un niño es que éste deja de quejarse y ya no trata de expresarse a través de cualquier medio.
El llanto y los gritos
El llanto, los gritos y la agitación son comunes; sin embargo no siempre son signos de dolor. Es la manifestación de una angustia, de que algo no marcha bien. Aunque un niño llore y grite con fuerza, ello no significa necesariamente que esté sintiendo un gran dolor. Resulta paradójico, pero cuando el dolor es prolongado o muy intenso, el llanto y los gritos no suelen durar mucho.
El comportamiento se modifica
El niño que experimenta dolor cambia su comportamiento. El niño evita apoyarse en uno de sus miembros o utiliar alguna parte de su cuerpo para jugar. Protege la zona dolorida como indicando a los adultos que no transgredan esa barrera. Estos signos también son útiles para el diagnóstico. (Por ejemplo, colocando una almohada o cojín sobre su vientre).
El silencio de un dolor intenso
Ante un dolor agudo o un dolor prolongado (de más de dos días), el niño deja de llorar y de agitarse, y pierde todo interés por los demás y por el juego. Su cuerpo permanece inmóvil y el niño parece estar como paralizado: los médicos hablan de una atonía psicomotriz. El niño que padece dolor adopta este tipo de comportamiento durante unas horas, o incluso durante varios días. Para él, ésta es la única manera de afrontar el dolor. Permaneciendo inerte, inmóvil, pretende separarse de su cuerpo, deshacerse del sufrimiento. Todo esto puede llegar a ocasionar las mismas complicaciones de una verdadera parálisis (como puede ser la aparición de escaras).
A fin de cuentas, en el fondo lo que caracteriza un dolor prolongado en un niño es que éste deja de quejarse y ya no trata de expresarse a través de cualquier medio.
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